viernes, 29 de abril de 2022

Globalismo versus soberanismo.

 

Durante la mayor parte del siglo XX la economía política hablaba de capitalismo versus comunismo.

En ese momento se trataba de un capitalismo con nacionalidad, “capitalismo yankee”, por ejemplo.

En la órbita comunista, si bien el régimen no era capitalista, había una economía estatal con empresas que pertenecían a un país, Rusia, China, etc., es decir que también tenían nacionalidad.

Las economías de los países capitalistas eran resultado del producido de las empresas y las características de éstas les daban un determinado sesgo, se hablaba de economías industriales, agroexportadoras, productoras de materias primas, etc.

Las empresas, que producían bienes, tenían dueños y estos detentaban el poder tanto económico como de manejo en las organizaciones. Podrían existir grupos que controlaran dichas empresas, pero sus accionistas tenían nombre y apellido y en general pertenecían a determinadas familias ligadas a la actividad durante generaciones.

Así era el capitalismo del siglo XX.

En cambio, hoy no se sabe con certeza a quién pertenecen las empresas.

En general éstas dependen de un “holding” que detenta la mayoría de su paquete accionario, este “holding” puede o no pertenecer a otro mayor, que posee las acciones de éste y así sucesivamente. Finalmente, en la cúspide del árbol aparece el “fondo de inversión controlante”, como por ejemplo el fondo Black Rock que gestiona activos por más de 6000 billones de dólares, superior al PBI de la mayoría de los países, salvo EEUU y China.

Este capitalismo basado en lo financiero es una evolución patológica del capitalismo que conocimos en el siglo anterior. La riqueza ya no está más en poder de las empresas que producen bienes, sino en las entidades cuya actividad es la especulación financiera, es decir no producen riqueza (bienes) sino humo.

Si estudiamos a quienes figuran en el “top ten” de las grandes fortunas mundiales según la revista Forbes, nos encontramos que la mayoría de ellos no poseen empresas sino fondos de inversión que a su vez tienen acciones en las empresas, muchas de ellas competidoras entre sí, con lo que la famosa “economía de mercado” se las ve mal para funcionar, porque en algunos casos una empresa y su rival pertenecen al mismo dueño.

Contra ello no hay defensa de la competencia que valga.

Otra característica de estos fondos de inversión es que no se dedican a una actividad determinada, sino que juegan en todos los campos donde puede haber ganancia y en general son oportunistas que medran con las crisis, el típico “a rio revuelto”. Por ejemplo, luego de la pandemia estos fondos adquirieron acciones en todos los laboratorios que potencialmente podían fabricar vacunas.

Esta falta de nacionalidad de las empresas se puso en evidencia durante la crisis del coronavirus, el “interés nacional” que los gobiernos querían imponer a las que creían “empresas nacionales” no era tal y en EEUU faltaba papel higiénico porque sus empresas productoras lo fabricaban en China.

A este fenómeno se lo denominó globalismo al que no debe confundirse con globalización.

La globalización es producto del avance de la tecnología de la información que eliminó barreras y acercó a los pueblos. Hoy desde nuestra casa podemos hacer transacciones comerciales o financieras con alguien al otro lado del mundo. La globalización eliminó muchas barreras culturales, hoy leemos por Internet diarios de cualquier país y nos resulta más fácil enterarnos de lo que pasa en el mundo (con ciertos reparos que no trataremos aquí).

El globalismo es un fenómeno económico y político que consiste en la desaparición de la noción de soberanía. Los países, salvo excepciones contadas, han perdido su acción soberana económica y sobre todo política.

Hoy las decisiones no las toman los gobernantes sino los dueños de fondos de inversión como Black Rock. En muchos países (como el nuestro lamentablemente) los gobernantes son meros gerentes de estos fondos financieros. Están a sueldo de ONG’s lobbystas como la Open Society que siguen un plan de dominación mundial y pertenecen a los grupos financieros mencionados.

En los últimos años, en oposición a esto, han surgido a lo largo del mundo movimientos políticos que enarbolan la bandera del soberanismo, entendiendo como tal la búsqueda de la vuelta del poder soberano de los países.

En esta corriente se encuentra NOS en Argentina, VOX en España y otros del mismo signo en otros países (Alemania, Gran Bretaña, Brasil, EEUU).

El soberanismo busca recuperar el control de las decisiones políticas y económicas por parte de los países.

Esta es una tarea ciclópea que requiere de quienes se involucran en ella de una gran capacidad de entrega y patriotismo.

El globalismo hace años que viene socavando el concepto de Nación de los países, con acciones que van desde la política de género hasta el ataque a las raíces históricas y culturales de las naciones. Quieren eliminar la identidad de las sociedades para así hacerles perder el sentido de Patria y poder dominarlas más fácilmente.

Con las políticas de género, la ESI (educación sexual integral) en las escuelas y en los medios de comunicación, buscan atacar el concepto de familia, que es la célula original de una sociedad.

Un Estado es una “sociedad jurídicamente organizada” y una sociedad es una sumatoria de familias. La sociedad es el tejido y la familia es la célula. Si se ataca la célula se acaba con el tejido.

El globalismo busca tener individuos aislados, sin lazos afectivos con sus seres cercanos, para así hacerlo más dependiente del Estado que será cada vez más totalitario y subordinado al poder global.

El globalismo busca un mundo donde gobierne una élite de megamillonarios, mientras que el resto de la población forma parte del hormiguero, produciendo y consumiendo lo que le manden, naciendo y muriendo cuando esta élite gobernante lo disponga.

El soberanismo por el contrario se centra en la familia, en la sociedad y en la Nación, es decir en la Patria.

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