Durante la mayor parte del siglo XX la economía política
hablaba de capitalismo versus comunismo.
En ese momento se trataba de un capitalismo con nacionalidad,
“capitalismo yankee”, por ejemplo.
En la órbita comunista, si bien el régimen no era
capitalista, había una economía estatal con empresas que pertenecían a un país,
Rusia, China, etc., es decir que también tenían nacionalidad.
Las economías de los países capitalistas eran resultado del
producido de las empresas y las características de éstas les daban un
determinado sesgo, se hablaba de economías industriales, agroexportadoras,
productoras de materias primas, etc.
Las empresas, que producían bienes, tenían dueños y
estos detentaban el poder tanto económico como de manejo en las organizaciones.
Podrían existir grupos que controlaran dichas empresas, pero sus accionistas
tenían nombre y apellido y en general pertenecían a determinadas familias
ligadas a la actividad durante generaciones.
Así era el capitalismo del siglo XX.
En cambio, hoy no se sabe con certeza a quién pertenecen
las empresas.
En general éstas dependen de un “holding” que detenta la
mayoría de su paquete accionario, este “holding” puede o no pertenecer a otro
mayor, que posee las acciones de éste y así sucesivamente. Finalmente, en la
cúspide del árbol aparece el “fondo de inversión controlante”, como por ejemplo
el fondo Black Rock que gestiona activos por más de 6000 billones de dólares,
superior al PBI de la mayoría de los países, salvo EEUU y China.
Este capitalismo basado en lo financiero es una evolución
patológica del capitalismo que conocimos en el siglo anterior. La riqueza
ya no está más en poder de las empresas que producen bienes, sino en las
entidades cuya actividad es la especulación financiera, es decir no producen
riqueza (bienes) sino humo.
Si estudiamos a quienes figuran en el “top ten” de las
grandes fortunas mundiales según la revista Forbes, nos encontramos que la
mayoría de ellos no poseen empresas sino fondos de inversión que a su
vez tienen acciones en las empresas, muchas de ellas competidoras entre sí, con
lo que la famosa “economía de mercado” se las ve mal para funcionar, porque en
algunos casos una empresa y su rival pertenecen al mismo dueño.
Contra ello no hay defensa de la competencia que valga.
Otra característica de estos fondos de inversión es que no
se dedican a una actividad determinada, sino que juegan en todos los campos
donde puede haber ganancia y en general son oportunistas que medran con las
crisis, el típico “a rio revuelto”. Por ejemplo, luego de la pandemia estos
fondos adquirieron acciones en todos los laboratorios que potencialmente podían
fabricar vacunas.
Esta falta de nacionalidad de las empresas se puso en
evidencia durante la crisis del coronavirus, el “interés nacional” que los
gobiernos querían imponer a las que creían “empresas nacionales” no era tal y
en EEUU faltaba papel higiénico porque sus empresas productoras lo fabricaban
en China.
A este fenómeno se lo denominó globalismo al que no
debe confundirse con globalización.
La globalización es producto del avance de la tecnología de
la información que eliminó barreras y acercó a los pueblos. Hoy desde nuestra
casa podemos hacer transacciones comerciales o financieras con alguien al otro
lado del mundo. La globalización eliminó muchas barreras culturales, hoy leemos
por Internet diarios de cualquier país y nos resulta más fácil enterarnos de lo
que pasa en el mundo (con ciertos reparos que no trataremos aquí).
El globalismo es un fenómeno económico y político
que consiste en la desaparición de la noción de soberanía. Los países, salvo
excepciones contadas, han perdido su acción soberana económica y sobre todo
política.
Hoy las decisiones no las toman los gobernantes sino los
dueños de fondos de inversión como Black Rock. En muchos países (como el
nuestro lamentablemente) los gobernantes son meros gerentes de estos fondos
financieros. Están a sueldo de ONG’s lobbystas como la Open Society que siguen
un plan de dominación mundial y pertenecen a los grupos financieros
mencionados.
En los últimos años, en oposición a esto, han surgido a lo
largo del mundo movimientos políticos que enarbolan la bandera del soberanismo,
entendiendo como tal la búsqueda de la vuelta del poder soberano de los países.
En esta corriente se encuentra NOS en Argentina, VOX en
España y otros del mismo signo en otros países (Alemania, Gran Bretaña, Brasil,
EEUU).
El soberanismo busca recuperar el control de las
decisiones políticas y económicas por parte de los países.
Esta es una tarea ciclópea que requiere de quienes se
involucran en ella de una gran capacidad de entrega y patriotismo.
El globalismo hace años que viene socavando el concepto de
Nación de los países, con acciones que van desde la política de género hasta el
ataque a las raíces históricas y culturales de las naciones. Quieren eliminar
la identidad de las sociedades para así hacerles perder el sentido de Patria y
poder dominarlas más fácilmente.
Con las políticas de género, la ESI (educación sexual
integral) en las escuelas y en los medios de comunicación, buscan atacar el
concepto de familia, que es la célula original de una sociedad.
Un Estado es una “sociedad jurídicamente organizada” y una
sociedad es una sumatoria de familias. La sociedad es el tejido y la familia es
la célula. Si se ataca la célula se acaba con el tejido.
El globalismo busca tener individuos aislados, sin lazos
afectivos con sus seres cercanos, para así hacerlo más dependiente del Estado
que será cada vez más totalitario y subordinado al poder global.
El globalismo busca un mundo donde gobierne una élite de
megamillonarios, mientras que el resto de la población forma parte del
hormiguero, produciendo y consumiendo lo que le manden, naciendo y muriendo
cuando esta élite gobernante lo disponga.
El soberanismo por el contrario se centra en la familia, en
la sociedad y en la Nación, es decir en la Patria.
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